miércoles, 11 de enero de 2012

QUIZÁS MAÑANA

Clara se levantó un pelín nerviosa aquella mañana. Sintonizó la radio y se lavó los dientes mientras escuchaba las noticias. Un camión-cisterna lleno de leche había volcado en la autopista, vertiendo la carga por toda la carretera. Las tareas de limpieza se iban a extender durante horas y las autoridades recomendaban el transporte público. Carla sonrió al imaginarse la calzada blanca y cómo unos litros de leche podían colapsar una de las principales entradas de la ciudad. Mientras entraba a la ducha daban la predicción del tiempo. El anticiclón que se había asentado la semana anterior volvía a regalarles otro día de sol primaveral; temperaturas agradables de alrededor de veinte grados y ausencia total de precipitaciones. Resumiendo, camisa de manga corta y un jersey fino para la tarde. Carla se enfundó los tejanos, se calzó las zapatillas deportivas y se puso la blusa nueva que su madre le había regalado la noche anterior. Revisó el bolso y se quedó pensativa durante un breve momento. Fue al dormitorio y buscó en el bolsillo de atrás de los pantalones que llevaba el día anterior. Cogió un resguardo y lo metió en el bolso entre las páginas de una edición de “el guardián entre el centeno”, junto a la cartera, el teléfono móvil, un paquete de pañuelos de papel, una pequeña libreta de tapas rojas, un bolígrafo que regalaban con una revista y un neceser repleto de cosas que no iba a necesitar en todo el día. Agarró el jersey y las gafas de sol con la mano izquierda y cerró la puerta con la derecha sosteniendo el manojo de llaves entre los dientes. Giró la llave en la cerradura y guardó el llavero en el bolso mientras bajaba las escaleras. Salió a la calle y cerró los ojos. Respiró profundamente, una vez. Volvió a sonreír. Se puso las gafas de sol, se ató el jersey alrededor de la cintura y echó a andar mientras su cabello, aún mojado, dibujaba caminos en el verde de su blusa nueva. Clara salió un pelín nerviosa aquel día.

Julián salió de la ducha y miró por la ventana. Sol. Pantalones cortos, camiseta, chanclas, la mochila al hombro y a la calle. Julián llegó a la panadería y se sentó en la misma mesa de siempre. El antiguo horno del barrio era ahora una panadería moderna, con cafetería, barra y mesas, pero seguía siendo el establecimiento con la mejor bollería de la ciudad. Pidió un par de cruasanes y un zumo de melocotón y sacó una libreta un lápiz de la mochila. Ramón, el propietario del establecimiento le contó que un camión de leche había volcado y que la autopista estaría cortada media mañana. Julián sacó una libreta de la mochila y comenzó a dibujar la escena. Dibujó en camión volcado y la leche manando de él y extendiéndose por el suelo. Al fondo de la imagen una caravana de coches  similar a las que se forman en una operación salida cualquiera y en primer plano dos vacas que miran la escena y hablan. – A este paso el precio del cortado se va a poner por las nubes. –  dice una de las vacas. – Ya te digo – contesta la otra al más puro estilo forgesiano. Julián pasó la página de la libreta y siguió garabateando en ella mientras bebía su zumo y saboreaba su cruasán.

Clara entró a la panadería y, quitándose las gafas de sol, dedico un saludo a todos los presentes. – Buenos días.- Julián la miró y le pareció más nerviosa que de costumbre. - Hoy no tomaré nada – dijo mientras rebuscaba en su bolso. Sacó el resguardo que guardaba entre las páginas del libro y se lo dio a Ramón. – Dejé esto encargado ayer.

- Me acuerdo – contestó Ramón – Feliz cumpleaños
- Gracias – contesto Clara con un susurro, sabiendo que, a tenor del aumento de temperatura que estaba experimentando, sus nejillas se estaban enrojeciendo.
- Así que hoy toca invitar a los compañeros, eh?
- Pues sí, que remedio.
Los dedos de Clara tamborileaban incesantes la cartera y exteriorizaban los nervios que sentía desde primera hora de la mañana. Miró a su alrededor. Dos mujeres y un hombre tomaban unos cafés en una mesa. Hablarían de trabajo o de fútbol, o tal vez del camión de leche que, aunque el tráfico ya estaba restablecido, iba a ser, con toda seguridad, el tema del día en todas las conversaciones de bar y ascensor. A su lado dos chicos que, dada la hora, habían decidido saltarse las clases de la mañana, reían y  se daban golpes entre trago y trago de cerveza. En la mesa del fondo un chico en pantalones cortos dibujaba en una libreta.

Julián no había apartado los ojos de Clara desde que había entrado, aunque ella no se había dado ni cuenta. La vio entrar con aquella sonrisa dulce que ya le había cautivado semanas atrás. Notó que jamás había visto aquella blusa verde que conjuntaba con sus ojos y se entretuvo en ver como sus rizos se deslizaban por encima de uno de sus hombros. Contestó con un susurro imperceptible el buenos días que Clara había susurrado y comprendió al escuchar la felicitación el porqué de aquellos nervios. Sonrió al ver el sonrojo en su cara y deseó ser más valiente. Cuando vio que Clara alzaba la vista volvió a refugiarse en su cuaderno.

Cuando Clara hubo salido, Ramón se acercó a la mesa del fondo y miró el dibujo. El lápiz no paraba de moverse, y a cada movimiento un nuevo trazo presentaba un detalle más de aquel retrato. Los ojos, los labios, el pelo y cada detalle de la expresión de su cara eran más fieles a la realidad que cualquier fotografía. Clara, la muchacha del cumpleaños, era la gran musa de aquel dibujante que, día tras día se sentaba en la mesa del fondo y día tras día la dibujaba y amaba a escondidas.

- Es bonito – no fue un cumplido. Fue más una reacción espontánea ante la visión de algo bello e inesperado.
- Gracias – Julián acababa los últimos detalles sin apartar los ojos del papel.
- Y ella es muy guapa
- Sí. Sí que lo es – Julián levantó la vista y miró a la calle en la dirección en que Clara se había marchado. Como si aún pudiera notar  el rastro de su presencia o como si desease su regreso.
- Esa chica te gusta, ¿eh?
- Sí. Sí que me gusta ¿Y a quién no? – pensó Julián mientras asentía con la cabeza a la pregunta.
- ¿Y por qué no le dices nada?
- No sabría que decirle... no sabría por donde empezar – era como si Julián no estuviese allí. Era como si en su mente estuviera imaginando el momento en que confiesa a aquella criatura que durante semanas había estado observándola desde el escondite de la oscuridad. Se vio enseñándole el retrato y admitiendo al resto del mundo que esos cinco minutos diarios, en la panadería, eran los más importantes de su vida. Que las otras veintitrés horas y los otros cincuenta y cinco minutos no eran más que un camino necesario para llegar a la felicidad. Se vio jurándole amor eterno y se vio sorprendido ante la reciprocidad de aquel sentimiento. Se vio acariciando aquellas manos, oliendo aquel pelo y besando aquellos labios.
- Invítala tomar un helado. A mi me fue bien con mi esposa. – sentenció Ramón dándose la vuelta y volviendo el mostrador.
- Sí. Tal vez lo haga. Quizás mañana.

Clara llegó a la oficina cargada con las bandejas de la panadería y se encontró con Lucía, su compañera. Lucía le ayudó a dejar las bandejas en la mesa de la sala de reuniones. Quitaron los envoltorios y la bollería quedó a la vista y en apenas unos segundos la sala se fue llenando de compañeros, compañeras y felicitaciones. Clara iba dando gracias y besos a cuantos amigos, compañeros y gorrones se iban presentando. Las amigas salieron de la sala de reuniones y Lucía preguntó:
- ¿Nerviosa?
- No. Sólo es un cumpleaños – Clara sabía que era lo que Lucía quería saber pero la vergüenza le atenazaba
- Ya sabes a qué me refiero - le espetó su compañera - ¿Qué te ha dicho? – Los ojos de Clara reflejaban lo que Lucía se temía.- No te has atrevido. Llevas semanas diciendo “Para mi cumpleaños, para mi cumpleaños. Te lo prometo”. Pues bien hoy es tu cumpleaños y tampoco te has atrevido.
-Es que estaba tan concentrado en sus dibujos que no he querido molestarlo – Clara intentaba disculparse, pero sabía que no había excusa para convencer a Lucía. Ni a Lucía ni a nadie. Llevaba, semanas saliendo de casa sin almorzar y comprando el desayuno en la panadería de la esquina sólo para ver a aquel chico misterioso que dibujaba día tras día en su cuaderno. No era el chico en que se hubiese fijado en la discoteca o en una fiesta. Era tan… normal. Tranquilo, relajado, movía su lápiz sin parecer que le importase lo más mínimo lo que tenía alrededor. Jamás se había fijado en ella y ella no hacía más que pensar en él.
Lucía era incapaz de controlar el volumen de su voz -¿Qué no querías molestarlo? Lo que tienes que hacer es ir y decirle: “Hola. Soy Clara. Me pareces un tío guapísimo y me gustaría quedar una tarde para tomar algo. Pero si estás demasiado ocupado, podemos quedar por la noche y hacer el amor hasta que salga el Sol.”
Clara no pudo evitar una carcajada - ¿A quién se le puede ocurrir algo así?
- A mí me fue bien con mi novio. Piénsalo
- Sí. Tal vez lo haga. Quizás mañana.

Las dos compañeras cogieron tiraron las bandejas de repostería, que se habían vaciado en un momento y se sirvieron un café. Encima de la máquina, la televisión informaba de que las tareas de limpieza ya habían resuelto el problema del camión de leche. Donde horas antes había volcado el camión, sólo quedaba una mancha sobre la que circulaban con la fluidez habitual los coches. En primer plano, dos vacas pacían y se miraban como diciendo: - ¿Tú crees que al final estos dos acabarán decidiéndose?
- Sí. Tal vez lo hagan. Quizás mañana.

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